El visitante es recibido en la sala por el primer autorretrato pintado por Abraham Ángel (1905-1924), como un encuentro directo e inevitable con el rostro de uno de los artistas más brillantes y enigmáticos de su época.
Un pintor cuyo ascenso meteórico se detuvo trágica y tempranamente, y autor de un lenguaje propio que hoy es celebrado, en el centenario de su muerte, con una exposición de carrera completa en el Museo de Arte Moderno (MAM), proveniente del Museo de Arte de Dallas.
«Por un lado, podemos ver que se trata, básicamente, de un hombre-niño», introdujo en un recorrido de prensa Agustín Arteaga, director del museo estadounidense, donde se originó la muestra.
«Abraham Ángel muere a los 19 años, después de haber tenido una trayectoria de tres años de producción intensa, y de una interrelación con todo el medio cultural de México, que estaba en una profunda transformación».
Con su hoy emblemática «paleta sucia», cercana a vanguardias europeas como el posimpresionismo, el artista se retrata en un entorno que recuerda a su natal El Oro, Estado de México, mirando al espectador con el rostro inclinado, desafiante.
«Vemos a este hombre-niño que, de alguna manera, se está presentando a sí mismo no sólo con seguridad, con aplomo», evaluó Arteaga.
«Está viendo al espectador con un cierto recelo. La manera en que su cara está inclinada y está viendo dice: ‘¿Estoy presentándome a ti o me estoy dejando ser visto?'».
Una mirada que, en cierta forma, se alinea con el título de la exposición: Abraham Ángel: entre el asombro y la seducción.
Bajo la curaduría de Mark A. Castro, la exhibición abierta este jueves reúne prácticamente todo el corpus del artista, quien sólo produjo 24 obras «cuatro de ellas, extraviadas», entre pinturas y dibujos.
La colaboración entre ambos museos logró conjuntar, por primera vez en un siglo, 19 obras de Abraham Ángel, con un dibujo en posesión de la Universidad Autónoma de Guerrero en Iguala, cuyo préstamo no pudo gestionarse, como único faltante.
«Queremos presentar a un artista que, por muchas razones, fue, de alguna manera, relevante pero marginalizado», expuso Arteaga.
«Podría ser por su homosexualidad o podría haber sido porque su trayectoria fue tan breve, tan corta y tan fulgurante, que siempre está presente en todas las exposiciones que hacen una revisión del arte nacional», abundó.
La exhibición muestra los orígenes del pintor, nacido como Abraham Ángel Card Valdés, alumno aventajado de Adolfo Best Maugard (1891-1964), cuyo método de enseñanza, desarrollado en las Escuelas de Pintura al Aire Libre, fue su punto de partida.
No obstante, una manera personal de pintar, más cercana a artistas europeos como Paul Gauguin (1848-1903), no tardó en emerger.
«Él es capaz, con sus propios recursos, de crear obras que van a tener un eco con obras de otros grandes artistas internacionales que, en su momento, no son esas figuras que hoy nos mantienen completamente fascinados, como son los posimpresionistas», destacó Arteaga.
Su maestría temprana como retratista es evidente, por ejemplo, en la pintura del género que hiciera en 1922 del pintor Manuel Rodríguez Lozano (1896-1971), su interlocutor artístico y pareja sentimental.
Algunas obras de Rodríguez Lozano, presentes en la exposición, sirven como contrapunto a las del artista protagónico, como parte de un diálogo creativo entre dos grandes pintores que trabajaron juntos, pero cuyas estéticas transitaron por caminos distintivos y propios.
A lo largo de la exposición, Abraham Ángel no sólo se muestra como un retratista excepcional, capaz de capturar la esencia de sus personajes a través de su mirada y su entorno, sino como un visionario en toda regla.
Sus pinturas de mujeres, por ejemplo, retratan los roles cambiantes dentro de la sociedad mexicana, con elementos como los peinados cortos de los años 20; sus retratos de hombres, por otro lado, reflejan ciertas cualidades homoeróticas que desafían el machismo y la moral de la época.
Fallecido el 27 de octubre de 1924, Abraham Ángel fue encontrado en el departamento que compartía con Manuel Rodríguez Lozano, y aunque su certificado de defunción indica que la causa de su deceso fue insuficiencia cardiaca, su repentina muerte ha sido considerada por muchos como un suicidio.
Obras como Me mato por una mujer traidora (1924) han alimentado estas especulaciones y teorías, mientras que un autorretrato de Rodríguez Lozano, en el que se muestra con los ojos llorosos y en duelo, subrayan lo inesperado y rotundo de esta tragedia.
Sin embargo, la obra final de Abraham Ángel, como un motivo para la esperanza, es un autorretrato alegórico que lo muestra corriendo desnudo hacia el amanecer, con una manta en su brazo en donde puede leerse la frase «Sigue adelante».
«Como si tuviera todavía esa esperanza de poder continuar y, lo que podemos encontrar nosotros, es que es, de alguna manera, una invitación a conocer a Abraham Ángel en su trayectoria, a profundizar en su vida, en su estética», concluyó Arteaga.
«Y a rendirle este gran homenaje que hasta ahora, desafortunadamente, no había recibido y verdaderamente no podía haber un mejor escenario y una instalación más bella que esta que ha hecho el Museo de Arte Moderno», cerró.
A 100 años de su muerte, Abraham Ángel sigue adelante.
Con información Reforma.
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