Por El Conde de Montecristo
A catorce años de su aparición sigue sin contarse con alguna especie de Manual de Carreño para las redes sociales como la red Whatsapp; algo parecido a esa antigua guía que ponderaba en nuestros semejantes el respeto, la debida honra, la tolerancia y el sano silencio ante sus miserias y debilidades, en el ámbito de la convivencia diaria.
Desde el lejano 2008; cuando los teléfonos Blackberrys exigían -por causas técnicas- aquella amable deferencia de solicitar un PIN para iniciar la comunicación con el teléfono móvil de otro semejante; ya no se tienen referencias para poder atemperar la tiranía social de una de las redes sociales más efectivas, poderosas e inmediatas para la comunicación interpersonal.
Por si no lo viste:
Varias generaciones han aprendido a utilizarla a sus modos, a sus respectivos tiempos y conveniencias. En ese lapso han surgido consideraciones ético que no suelen percibirse por las aparentes virtudes de una red social, que en teoría facilita las relaciones humanas y el trabajo. Pero en la práctica, a veces puede entorpecerlas o empobrecerlas.
Pongamos algunos ejemplos de dichas consideraciones: ¿Es apropiado dar alguna explicación al salirse de un grupo de Whatsapp? ¿Es justificable anexar a una persona a un grupo de Whatsapp sin previo consentimiento? ¿Es moralmente reprobable enterarse por sí o por interpósitas personas de que tus hijos, tus conocidos o tú mismo no hayan sido incluidos en grupos donde se suponen están sus verdaderos amigos? ¿Es de carácter benévolo aquel que envía un mensaje a un entrañable amigo luego de meses de no dirigirle alguna palabra?
Más aún, ¿Qué pasa con aquel infeliz, que con algún mensaje distrae al grupo del verdadero, o quizá urgente o grave tema de la conversación? ¿Qué ocurre cuando dos o más se ensartan en una discusión ante el silencio de los demás integrantes? ¿Qué ocurre con aquella dama perteneciente a conocida familia de la sociedad meridana que desliza, en un audio de voz, el dardo mortal que acaba con el prestigio de una persona convirtiendo aquel comentario individual en un mensaje “reenviado muchas veces”? ¿Qué hacer con el mensaje de aquella anciana de la mutualista, que invadida por el insomnio, envía sus bendiciones después de la medianoche? ¿Es lícito enviar un oficio firmado o documento oficial por esta vía?
Nada como escuchar los audios de algunas madres de familia que envían a sus hijos por el Whatsapp ya publicados en algunos canales de otras redes para ejemplificar con claridad el extravío del pudor, aquella exigencia íntima, irresistible, de ajustar nuestra conducta a las creencias que profesamos.
Es aquel pensamiento que nos dice que obrar de otra manera nos causaría una vergüenza insoportable. De la misma manera se extravía en las redes el Pundonor, que es, en nosotros, el sentimiento de la dignidad personal y, en los demás, el reconocimiento a nuestro pudor.
Es el precio que hay que pagar. No hay culpables ante estos dilemas de la tecnología emergente que en la mayoría de los casos se ve como un juguete trivial, pues se entiende su potencial, pero no su naturaleza.
Y es que la gente por sí misma no puede entender que tecnologías prosperarán y cuáles no porque en el momento en que surgen no se sabe a ciencia cierta si perdurarán con el paso del tiempo. Como sucedió con el PIN de Blackberry y aquel Messenger de la década pasada.
A 14 años de la creación del Whatsapp, asistimos pues, a esa innovación recursiva, ese fenómeno que hace que la transformación tecnológica sea difícil de predecir, pues no está hecha, según los expertos, por solo un invento, alguna innovación o algún individuo sino que se requiere que se produzcan muchos cambios.
Es casi ya un nuevo mandato en nuestros tiempos que tras la creación de esas nuevas tecnologías la sociedad responde a ella sin cuestionarla y da lugar a nuevos comportamientos y nuevos productos, que a su vez, dan lugar a nuevos casos de uso de tecnología subyacente, inspirando nuevos comportamientos, creaciones y así sucesivamente; en una espiral sin fin.
Un sentimiento es ahora un emoji. Una palabra es ahora un símbolo o un signo. El luto es ahora únicamente un lazo negro. Probablemente más adelante el luto sea una danza o un simple sticker. No importa. En contraste con las cartas escritas a mano, en el teléfono móvil todas las tipografías son similares: no importa el enojo, la tristeza, la calma, todo parecerá uniforme y ordenado o dejará gran parte de la interpretación al receptor, con el peligro de que se centre en uno de los mensajes, extrayéndolo de su contexto.
Y así nuestra personalidad se desdobla. La identidad se hace inconsistente. Y como en el “Hombre Duplicado” de José Saramago, podemos asumir que nuestra voz, nuestros rasgos, y hasta la mínima marca distintiva se repiten en otra persona, pero no la que somos nosotros sino la que está en la red social de Whatsapp. O en algunas otras.
¿De qué atributos goza esta red social para arrebatarnos el tiempo que antes se dedicaba a los semejantes? Hablar de tiempo es hablar de vida. Y nuestra singularidad vital se va deslizando en fotografías familiares y momentos íntimos que ya no se imprimen ni se colocan en ningún álbum.
Nos aterrorizamos de padecer enfermedades como el Alzhéimer, pero nos hemos entregado con facilidad y sin recato al olvido, que ahora se asimila con total naturalidad en parte porque estamos dejando el recuerdo en manos de la tecnología. En el eterno “scrolling” que a la manera de una pantalla de un juego electrónico de azar, desdobla nuestros afectos en el mundo de los logaritmos.
En el Timeline de nuestra gente y seres queridos la presión por destacar en una sociedad donde “el infierno de lo igual” se presenta como una fosa de la que nos exhortan a salir, el Whatsapp rige con nuevas reglas sociales lo que ahora importa: la acumulación de experiencias para, como decía, José Carlos Ruiz, “vomitarlas en las redes sociales”; al calor de la bulimia emocional que provoca esta nueva ideología de la personalidad inmersa en una dolorosa brecha entre el yo real y el yo virtual.
Sin duda alguna el potencial de Whatsapp y otras redes perdurarán muchos años más. Es una red muy efectiva. No la dejaremos de usar quién sabe por cuanto tiempo más.
Por eso de vez en cuando, conviene, querido lector, enviar una carta escrita a esa persona entrañable para que tus palabras lleguen en el momento exacto y el lugar exacto, al Domicilio Conocido de tus seres queridos. Goza como antes, del placer de detener, aunque sea por un instante, el propio paso del tiempo.
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