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PRIMERO LOS NIÑOS

Por Alfonso Malpica Olvera

El derecho a jugar de la infancia existe y debe protegerse
En demasiadas ocasiones las y los adultos andamos demasiado preocupados en intentar ofrecer lo mejor a nuestros hijos e hijas, dejando a veces de lado cosas que para la infancia son fundamentales y que van a marcar el resto de su vida.
Intentamos que nuestros hijos e hijas tenga una buena educación y accedan al mayor y mejor nivel de estudios posible. Además, los llevamos a practicar toda clase de deportes y actividades extracurriculares como idiomas, danza, programación, cualquier cosa que, debemos reconocer, en algunas ocasiones responde más a las preferencias de los padres y madres que al deseo de los propios niños y niñas.
El resultado de esta manera de actuar, normalmente de buena fe, es que los pequeños acaban teniendo horarios diarios incluso más apretados que los adultos y acaban exhaustos y sin tiempo para gozar de uno de los derechos más básico de la infancia, que es su derecho a jugar.
No es una manera de hablar. El derecho a jugar está recogido en el art. 31 de la Convención sobre los derechos del Niño. Según esto, los Estados reconocen el derecho del niño y la niña al descanso y al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes. Pero falta ver si padres y madres garantizamos este derecho vital para nuestros niños y niñas.
Es obligación de los adultos proporcionar a nuestros niños el tiempo y el espacio para el juego, puesto que el divertimento es parte, no sólo de su educación sino de su correcto desarrollo físico y mental, y sobre todo, de su formación también en valores como las personas en las que se convertirán en un futuro próximo.
Y además de todo, piensen ustedes como adultos cuáles son sus mejores recuerdos de la infancia y seguro gran parte de ellos, el juego, y más aún, los ratos de juego que pudieron compartir con sus padres y madres son protagonistas de sus momentos más felices.
Es por ellos que las y los adultos también debemos centrar nuestro esfuerzo en acercar nuestros niños a espacios al aire libre donde puedan correr, gritar, saltar y relacionarse con otros niños y niñas, y aprender a convivir y también a compartir juegos y momentos.
Porque se aprende mucho más cuando la persona está disfrutando de lo que está haciendo y no hay nadie más feliz y gozoso que un niño y una niña jugando libres, iguales, seguros y con amor.
Si la infancia es la época más feliz de la vida y jugar es lo que más felices hace a los niños, seamos los padres y madres los principales garantes del derecho a jugar de la infancia. Si lo conseguimos, les estaremos garantizando, no sólo la felicidad inmediata, sino también una vida plena y feliz como adultos y adultas.

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