Por Alfonso Malpica Olvera
México firmó hace algunas décadas la Convención sobre los Derechos del Niño, casi al año de haberse creado ese instrumento protector y paradigmático en su propio tiempo del valor que se supone debe darse a la vida e integridad de la infancia. No se necesita saber demasiado en leyes para adquirir cierto sentido común en relación con este tema, basta ser padres, inclusive meros ciudadanos para darnos cuenta que nuestra visión social de niños, niñas y adolescentes es deseablemente un ánimo de protección y garantía.
Buscamos que la infancia y la juventud tengan educación, salud, libertades, que vivan en familia y se desarrollen adecuadamente, en palabras simples, que sean proveídos de lo necesario para crecer y les sea evitado cualquier carencia o riesgo que ponga en juego su integridad sin importar el lugar donde vivan entre las diversas entidades que conforman nuestra República.
Sin embargo, las organizaciones internacionales dedicadas a este grupo se pronuncian constantemente debido a problemas graves de pobreza e insalubridad, ese es el caso actual de Guerrero donde el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia indica el impacto del huracán Otis en temas tan indispensables como acceder al agua potable y evitar la desnutrición en niños y niñas damnificados o inclusive apoyarlos para recuperarse psicológicamente de esta tragedia. Puede explicarse que nadie estaba preparado para enfrentar un fenómeno natural de esas dimensiones.
Pero no puede decirse lo mismo de las fotografías que se difundieron en medios nacionales sobre niños y niñas armados en ese mismo Estado debido a la inseguridad. México sigue teniendo con esas criaturas varones y niñas que apenas sostienen sendas armas de alto calibre.
Supuestamente para esa infancia y juventud, de la región más abandonada de México, siguen existiendo los mismos derechos que su país firmó hace tantos años, pero que no son una realidad palpable en su vida cotidiana, la violencia lo es. El riesgo de que sus comunidades, dado que pertenecen a pueblos originarios, sean masacradas sin que nadie se entere es el estado de zozobra en el que crecen, imposible soñar un futuro o recibir una educación fuera del adiestramiento militar.
Desde luego si sumar menores en las autodefensas no es algo nuevo, forzar la introducción de estos niños en el crimen organizado mucho menos, se sabe que en todo el país la juventud ha sido cooptada por la delincuencia que se aprovecha de los problemas que tienen en su familia y de la pobreza en la cual viven, debemos pensar que si la madurez según la ciencia se alcanza pasados los veinticinco años, esas mentes son fácilmente maleables, caerán en la droga y la violencia porque eso es todo lo que hay y la deuda que tiene México en ambos casos nos está costando generaciones enteras.
Ha dicho el presidente de la nación que formar niños con armas y tomarles un video es un acto prepotente, que no tiene nada que ver con la bondad., que debería darles vergüenza y que no se les va a aplaudir por ello.
Coincido con él, estamos habituados a mirar ahora mismo los conflictos armados que padece Palestina, la desesperación de Afganistán, de Siria, y esas tragedias nos permiten hacer distancia de lo aberrante que es ver a un niño o niña morir a manos de la guerra, porque alguien le ha hecho un enemigo, o lo ha usado como uno, o al joven no le ha quedado más alternativa de disparar en medio del monte, en la oscuridad donde no llega la voz del Ejecutivo, ni la de nadie, donde sólo se habla el lenguaje de las balas, vergonzoso ciertamente.
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