El fenómeno de “Tío Richi” y la presidencia de 2030
Ricardo Salinas Pliego no tiene trayectoria política, pero ya aparece en el radar presidencial rumbo al 2030. Su figura encarna el fenómeno del outsider (como Trump, Milei o Berlusconi): el empresario disruptivo que promete “arreglar lo que los políticos destruyeron”. Dueño de TV Azteca y dominador del discurso digital, ha construido un personaje que se presenta como alguien que “no necesita del dinero público” y que dice lo que otros callan.
En un escenario donde los partidos lucen desgastados, la oposición es difusa y los liderazgos escasean, su figura gana espacio no por un proyecto político —que aún no existe—, sino por el vacío de credibilidad.
La figura del anti-político puede capitalizar el hartazgo social. Su candidatura sería el síntoma de una crisis política prolongada.
Lo que nadie dice es que su fuerza no proviene de un plan estructurado, sino de nuestra orfandad de referentes: cuando no hay liderazgos serios, hasta los magnates excéntricos parecen presidenciables.
- El personaje como marca: el “Tío Richi” no es una casualidad; es una construcción deliberada, una marca personal trabajada durante años en redes y medios. En lugar del empresario tradicional de corbata, se muestra cercano, irreverente y provocador, jugando con la ironía y la ostentación. Se burla de lo políticamente correcto, desafía las causas progresistas y ataca la narrativa de izquierda. Ese contrapeso lo hace atractivo para una audiencia cansada del discurso oficialista.
- Su estilo digital es esencial: memes, desplantes, fotos en yates o cacerías, dinero repartido en redes y un lenguaje confrontativo. En la era donde el algoritmo reemplaza al mitin, su teatralidad lo coloca más como showman que como político, pero su alcance digital lo vuelve competitivo. Para algunos es arrogante; para otros, auténtico. En un país saturado de políticos grises, su excentricidad lo convierte en un anti-héroe seductor.
- De influencer a plataforma política: la narrativa del outsider empieza a transformarse en un ensayo de poder. El lanzamiento del Movimiento Anticrimen y Anticorrupción (MAAC) fue más que un gesto simbólico: el primer intento de convertir su poder mediático en capital político.
Bajo el discurso de “resistencia” frente al autoritarismo, construye una plataforma que mezcla moralismo, negocio y estrategia, convocando a periodistas y figuras afines para legitimar su papel como opositor al régimen actual.
El MAAC, es el primer ensayo serio por construir un movimiento propio, desde su ecosistema mediático y con su narrativa personal como eje. Ahí comienza a probar su papel no solo como figura pública, sino como aspirante a liderazgo político. - La contradicción del discurso: paradójicamente, quien hoy convoca a un movimiento anticorrupción enfrenta arbitrajes internacionales y litigios fiscales por más de 70 mil millones de pesos. Las demandas ante el CIADI, bajo el marco del TMEC, ya no son un asunto privado: involucran directamente al Estado mexicano.
El discurso se complica cuando su “cruzada moral” se mezcla con la defensa de sus propios intereses legales frente al SAT y la Unidad de Inteligencia Financiera. Lo que parece una causa ética podría ser, también, una estrategia de supervivencia política: cambiar la narrativa antes de que hablen los tribunales. - Los obstáculos reales: si quisiera competir en 2030, tendría que definir su ruta: alianzas partidistas o candidatura independiente, lo que implicaría más de un millón de firmas y una fortuna en financiamiento.
Antes de eso, deberá enfrentar su talón de Aquiles: los adeudos fiscales. La presidenta Sheinbaum ya lo ha señalado públicamente por presuntos vínculos con jueces y ministros para evadirlos. El gobierno podría acelerar juicios, congelar cuentas o inhabilitarlo por fraude fiscal. Ese escenario podría debilitarlo… o victimizarlo, convirtiéndolo en mártir del sistema, algo que su narrativa digital sabría aprovechar.
Ricardo Salinas Pliego combina tres fuerzas poderosas: el atractivo del outsider, la potencia mediática y el vacío de la oposición. Su irrupción no nace de un proyecto político, sino de una crisis de referentes. Entre arbitrajes internacionales, adeudos fiscales y un movimiento “anticorrupción” que suena a ironía, su aspiración dice más de nuestro desgaste político que de su viabilidad electoral.
Lo que sí podríamos hacer:
No dejarnos seducir por el espectáculo digital; y exigir liderazgos serios y críticos.
Porque el espectáculo distrae y la irreverencia vende, pero gobernar es otra cosa.
El futuro no se improvisa, se diseña, se defiende, se construye y se sostiene con capacidad, experiencia y liderazgo.
Ana Celia Casaopriego Padron

