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Todos con todos los miedos del Metro al mismo tiempo

El calor, la asfixia, la oscuridad y el quedar atrapado, son miedos que todos los humanos compartimos, que llevan a la desesperación instantánea, pero compartirlos todos al mismo tiempo, en el mismo lugar y con una multitud apretada a mas no poder, solo en el metro de la CDMX.

Al rededor de las 8 de la noche del jueves 25 de mayo, un tren lleno a reventar que salía de la estación Coyoacán hacia el Metro Zapata, se detuvo en medio del túnel para ya no moverse más.

En el primer segundo en que la velocidad del tren comenzó a bajar, la mirada de los pasajeros comenzó a subir al techo. Lo que pensábamos era un retraso habitual ocasionado por la pésima administración del medio de transporte mas importante de la capital, se convirtió en un calvario, un caldero; casi una hora de espera y angustia.

Todos ahí estuvimos al borde del desquicio por un poco de aire o un trago de agua, pero éramos más los que pudimos controlar nuestras ganas de salir corriendo. Algunas personas que iban sentadas dieron su asiento a los que más sofocados se notaban. Como el tipo que venia junto a mi, lleno de pulseras enormes de cuero comenzó a tratar de arrancarse cada una, dejando al descubierto unas manos temblorosas y engarrotadas, brillosas de sudor, esperando que los poros de su piel le ayudaran a sentirse menos aprisionado.

Ahora deseábamos con todas nuestras fuerzas la lluvia que minutos antes nos había hecho correr hacia el metro para resguardarnos. Con quejas, gruñidos, resoplidos y hasta golpes en las paredes amarillentas del vagón, algunas personas sacaban como podían unos cuantos gramos de las toneladas de desesperación que sentían.

Las luces de emergencia ya nos acompañaban, incluso nos daban un poco de esperanza cuando todas se prendían a la vez y sonidos como de un motor queriendo arrancar nos llegaban desde abajo, pero no avanzábamos ni un milímetro cuando toda desilusión volvía a inundarnos.

Los universitarios que salieron de sus clases para entrar en las jaulas del Metro eran los más animosos. Entre risas nerviosas hacían bromas, aseguraban que todos íbamos a morir e intuían que un grave accidente estaba por ocurrir. Nuestro compañero de las pulseras cada vez más angustiado ahora estaba sentado, alguien le ofreció su botella de agua, misma que derramo por accidente luego del primer trago, dejando sin oportunidad a quien pensábamos en pedir también un sorbo.

El tiempo pasaba, todos goteábamos el sudor de nuestras narices que solo inhalaban aire denso y caliente. Intentaba ventilarme con mi mano, pero de poco serbía, además dejaron de quitarme el sudor de la cara, estaban igual de mojadas. Las manos enardecidas de algunos luchaban para romper las ventanas, afortunadamente no cedieron para evitar una accidente mayor. Los comentarios universitarios cesaron, imaginé sus caras preocupadas, pues no podía dar vuelta en mi eje para verlas por mi mismo.

El gentío puso su atención en las llamadas al 911 que algunos usuarios pudimos hacer. La voz nerviosa de una mujer me contestó luego de unos momentos, le explique la situación, le hice bastantes preguntas, pero al colgar solo pude informar que solo nos tocaba esperar, como ya lo habíamos hecho por minutos que parecieron horas. Algunos decidimos esperar haciendo reclamos en Twitter, sabíamos que no servía de nada, era un síntoma mas de la desesperación. Pedí ayuda a quien pude para que metieran presión con llamadas al 911, urgía salir de ahí como fuera. Quiero pensar que funcionó.

Nuestro ahora amigo de las pulseras estaba parado en el asiento, pegado en la ventana, para distraerlo, le dijeron que pensara en su lugar favorito, «Six Flags», dijo sonriendo, mientras le lanzaban preguntas, los gritos de algunas señoras pidiendo auxilio comenzaron a escucharse a lo lejos, luego en el mismo vagón.

En esas voces de angustia andábamos cuando las puertas se abrieron, una hola de aire entró como un milagro, fue tan fresco que ahora mi playera empapada me hizo sentir frío. Un policía pasó por todos los rieles avisando que era seguro bajar, pero entre que nadie les cree nada y que no confiamos en quienes dan manteamiento al Metro, algo dentro de nosotros nos decía que aun era peligroso. Todos cedimos cuando una persona civil que venia de metros adelante confirmó que podíamos bajar.

Bajamos primero a quienes necesitaban ayuda, luego las personas que veníamos solas fuimos las siguientes en saltar al ver que nadie más nos necesitaba, quienes venían acompañados por alguna razón esperaron más en salir del inútil vagón. Tres personas atendían y se interesaban por el amigo de las pulseras, procedí a ayudar mucho no estorbando.

Ahora solo nos quedaba caminar entre graba y una que otra basura en la semioscuridad, paso a pasito hasta llegar a la estación de Coyoacán. Los rumores también corrieron a través del túnel, se decía que un corto circuito en las vías había ocasionado aquel terror.

Es agobiante estar ahí de nuevo aunque solo sea con la imaginación. Algo similar me pasó durante el terremoto del 19S, pero esa es otra historia.

Por ahora los dejo con la siguiente escena: yo tomando un Boing de uva bien frio en la banqueta cuando por fin logré salir de esa tortura; les deseo de corazón sólo momentos como ese. Espero ya el momento de entrar a las entrañas de esta ciudad para volver a enfrentar los miedos del Metro.

Emiliano Bravo Vazquez

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